La incómoda verdad por la que muy probablemente engordas


¿Por qué hay personas que engordan con sólo mirar la comida, mientras otras se pueden poner cerdas a comer lo que les da la gana sin ensanchar un sólo centímetro?

¿ Acaso existe una satánica ruleta rusa de la gordura que dispara a la población de forma aleatoria para que se convierta en focas mórbidas? Debes saber que existe una respuesta con base científica y rigurosa que desgraciadamente aún no se ha convertido en una verdad universal, entre otras razones, porque el lado oscuro de la industria alimentaria ha hecho todo lo posible para ocultarlo.

El 90% de la población engorda a causa de un desequilibrio hormonal fruto de una mala alimentación y un estilo de vida estresante.

Te invitamos a que nos acompañes en la aventura de conocer lo que ocurre en el interior de tu cuerpo desde que decides zamparte un delicioso donuts de chocolate y crema, hasta que se convierte en un michelo blandurrio en tu barriga.

¿Qué ocurre cuando comes un alimento?


Cuando te calzas una bomba nutricional hiper-calórica hiper-azucarada y ultra-procesada (nombre en clave donuts), tu cuerpo necesita procesarla para obtener los escasos nutrientes que puedan formar parte de él y cubrir así sus necesidades energéticas. Descompone a los hidratos de carbono hasta convertirlos en glucosa, las grasas en ácidos grasos y las proteínas en aminoácidos. Después de haber comido por tu sangre circulan (entre otras muchas cosas) dos tipos de combustible que las células de tu cuerpo pueden utilizar para obtener energía: glucosa y ácidos grasos.

La Glucosa: el origen del problema


La glucosa es para tu organismo el combustible más rápido y fácil de usar que existe en el universo conocido, por lo que siempre siempre será la primera opción a la que recurrirá cuando necesite energía independientemente de la cantidad de grasa que tengas almacenada. En el caso hipotético de que fueras una persona saludable, por tu sangre deberían circular habitualmente unos 4 g de glucosa (el equivalente a una cucharilla de café o un terrón de azúcar) y si lo midieras con un glucómetro en ayunas obtendrías un valor entre 70 -100 mg/dl. Cantidades superiores son tóxicas y si se mantienen durante mucho tiempo (una condición conocida como hiperglucemia) pueden ocasionar consecuencias dramáticas llegando incluso a matarte.

Pues simplemente el donuts que te acabas de meter entre pecho y espalda puede llegar a introducir más de 40g de glucosa en tu torrente sanguíneo sin despeinarse (casi 10 veces la cantidad que deberías tener normalmente) y por si no fuera poco, además es capaz de hacerlo a una velocidad muy próxima a la de la luz, porque prácticamente todos sus carbohidratos son azúcar libre (el carbohidrato más refinado y demoníaco del planeta) que tu cuerpo ni siquiera necesita descomponer para procesarlo.

Para que seas plenamente consciente de la dimensión del problema, deberías saber que con el nivel de carbohidratos refinados que consumimos en la actualidad (cereales, zumos, refrescos, bocadillos, bollería, pizzas…), puedes llegar introducir en tu sangre más de 150g de glucosa en un sólo día.

Afortunadamente para evitar que mueras de una sobredosis de glucosa, entra en escena la protagonista principal de nuestra película: la insulina.

Insulina: la hormona repartidora


La insulina es la hormona responsable de trasladar el exceso de glucosa en tu sangre que podría llegar a matarte, hacia tus músculos e hígado para que se almacene en forma de glucógeno y pueda ser utilizado como combustible cuando sea necesario. Aunque tiene muchas más funciones, la misión principal de la insulina es almacenar la energía que circula por tu sangre. Te guste o no, la naturaleza ha decidido que el tamaño del trastero donde guardas tu glucógeno sea muy limitado; en tus músculos caben entre 300-400g y en el hígado tan sólo 100g.

Es justo en este momento cuando empieza a mascarse la tragedia, porque cuando ya no se puede almacenar más glucógeno, tu hígado se pone en plan creativo y decide convertir el exceso de glucosa en algo llamado triglicéridos que amablemente y sin pedir permiso a nadie, deciden acumularse por todo tu cuerpo en forma de grasa visceral alrededor de tus órganos, grasa subcutánea debajo de tu piel o directamente en tu propio hígado. Desgraciadamente para la especie humana, la capacidad de nuestro organismo para almacenar grasa (al contrario de lo que ocurre con el glucógeno) es prácticamente infinita.

Mientras consumas alimentos que mantengan tu nivel de insulina elevado, el consumo de grasa acumulada se inhibirá y nunca podrás adelgazar.

Ahora ya sabes cuál es la razón por la que los alimentos que producen elevadas cantidades de glucosa activan a tu amiga la insulina y te hacen engordar, pero existe otra hormona menos conocida y casi igual de importante que también puede impedirte adelgazar, nuestro actor secundario: el cortisol.

El Cortisol: la hormona del estrés


Cuando tu cuerpo percibe una amenaza física su respuesta fisiológica es la liberación de cortisol, una hormona que aumenta rápidamente la disponibilidad de glucosa para proporcionarte una fuente de energía extra y facilitar que tus músculos puedan entrar en acción rápidamente en una situación de riesgo; por ejemplo salir a toda prisa cuando un mamut te persigue. En una situación puntual, el cortisol es indispensable y gracias a él podrías salvar tu vida, sin embargo, el estrés a largo plazo supone un problema que aumenta el tamaños de tus michelines.

Hoy en día ya no existen los mamuts pero vivimos en una sociedad repleta de factores estresantes de todo tipo: problemas laborales, crisis de pareja, discusiones con los hijos… todos ellos repercuten en un aumento de tus niveles de cortisol que aumentan la glucosa en tu sangre (hayas comido o no) que realmente no vas a necesitar usar: por ejemplo, aunque a veces se te pase por la cabeza, es muy poco probable que decidas salir corriendo de tu oficina si te ves sometido a una gran presión.

El estrés crónico aumenta tu nivel de glucosa en sangre De forma permanente inhibiendo tu pérdida de grasa acumulada.

Una vez has conocido a la protagonista principal (insulina) y al actor secundario (cortisol) ya comprendes el mecanismo por el cual tu cuerpo almacena grasa, pero llega el momento de afrontar el difícil reto al que casi con total seguridad debes enfrentarte si realmente deseas adelgazar: la resistencia a la insulina.

Resistencia a la insulina: la tragedia metabólica del siglo XXI


El síndrome de la resistencia a la insulina (RI) es un trastorno que obliga a tu páncreas a segregar mayor cantidad de insulina y durante más tiempo de lo normal, para reducir el exceso de glucosa en tu sangre. Se produce entonces un círculo vicioso fatídico: cuanto mayor es tu resistencia, más elevados son tus niveles de insulina, menos eficiente se vuelve tu cuerpo, tus posibilidades de quemar grasa acumulada se reducen prácticamente a cero y ya para rematar, cuanto más tiempo dura la situación más empeora hasta convertirse en una diabetes tipo II.

Nadie se vuelve resistente a la insulina de la noche a la mañana, no es como un catarro, se desarrolla de forma muy progresiva con el paso de los años.

Por esta razón cuanto más tiempo hayas sufrido sobrepeso más difícil te resultará adelgazar, porque te habrás convertido en una bestia inmune a la insulina que seguirá engordando aunque sólo se alimente de brócoli crudo.

Además, la resistencia a la insulina está íntimamente relacionada con el síndrome metabólico, otro trastorno bastante chungo asociado a enfermedades más chungas aún: diabetes tipo II, hígado graso, enfermedades cardiovasculares, ciertos tipos de cáncer, gota, ovario poliquístico, alzhéimer, presión arterial alta y colesterol elevado.

El síndrome de la resistencia a la insulina es probablemente el principal responsable de la obesidad en el mundo, se calcula que aproximadamente el 60% de la población mundial lo padece. Como puedes observar la situación no pinta nada bien, porque para combatir la resistencia a la insulina hay que minimizar la cantidad de insulina que tu cuerpo segrega, y acabas de ver que cuando tu cuerpo se ha convertido en una máquina súper resistente, consumir alimentos que aporten bajas cantidades de glucosa en tu cuerpo no es suficiente.

Afortunadamente en esta historia no estás sólo ante el peligro, existe un héroe que a pesar de haber sido ninguneado y maltratado por muchas personas siempre está dispuesto a ayudarte: el ayuno intermitente.

El Ayuno intermitente: tu mejor aliado contra la obesidad


La mejor forma más práctica, natural y barata de combatir la resistencia a la insulina es aumentando el número de horas que tu cuerpo ayuna. Espera un momento ¿Ayunar? ¡Eso es una locura! ¡El cuerpo humano no está preparado para ello!. Antes de seguir escandalizándote debes ser consciente de que si eres una persona normal (de los que no se levantan a las 4 de la mañana para comer) todas las noches practicas un ayuno de 6-8 horas.

La fórmula es muy simple, al aumentar el número de horas seguidas que pasas sin comer cada día, tu resistencia a la insulina disminuirá y adelgazar dejará de ser una misión imposible.

Es ahora cuando aparece en escena el fascinante mundo del «Ayuno Intermitente», una de las herramientas más eficaces que existen para adelgazar, ya que te facilita diferentes alternativas para aprender a distribuir tus comidas a lo largo del día sin esfuerzo y aprender a maximizar el número de horas en las que tu cuerpo no fabrique insulina.

Sólo con reducir el número de veces que comes al día y aumentar las horas de ayuno que realizas cada noche, tu cuerpo te lo agradecerá disminuyendo su producción de insulina ayudándote a adelgazar. Muy bonito ¿verdad?, desgraciadamente aún te falta por conocer al villano de nuestra historia: el lado oscuro de la industria alimentaria.

El lado oscuro de la industria alimentaria: el enemigo público Nº1 contra tu salud


La industria alimentaria te ha lavado el cerebro para que creas que comer constantemente sus productos ultra-procesados es beneficioso para tu cuerpo, invirtiendo miles de trillones de billones y millones de miles de euros para conseguirlo. Los productos «light» bajos en grasas cargados de carbohidratos refinados, los mensajes publicitarios concienciando a la población de que los refrescos azucarados ayudan a hidratarte, los estudios patrocinados pseudo-científicos y manipulados que «demuestran» barbaridades nutricionales, la manipulación de las etiquetas en los alimentos para ocultar ingredientes insalubres o las amenazas y extorsión para evitar leyes que puedan perjudicar sus intereses económicos, son solo algunas de sus brillantes iniciativas.

Hace 50 años lo habitual era comer 3 veces al día a base de alimentos muy poco procesados y los índices de obesidad eran extremadamente bajos. Hoy en día la población de los países con mayores índices de obesidad puede llegar a comer 5 y 6 veces al día alimentos «saludables» ultra-procesados y cargados de carbohidratos refinados hasta la médula (desayuno, snack de medio día, comida, snack de merienda, cena …).

Si te pasas comiendo prácticamente todo el día alimentos con un alto contenido en carbohidratos refinados, tus niveles de insulina no bajarán nunca. ¿Cómo no vas a engordar?

Si has llegado hasta aquí te habrás dado cuenta que un donuts de chocolate puede ser menos peligroso que un simple snack light para picar entre horas disfrazado de saludable que se anuncia en TV , básicamente porque al primero se le ve venir desde lejos (todo el mundo sabe que un donuts es una bomba calórica que engorda,) sin embargo el segundo se convierte en una puñalada trapera que te ataca por la espalda, porque en silencio, desde la sombra y haciéndote pensar que te estás cuidando, puede convertirte pasito a pasito y suave suavecito en una foca morsa resistente a la insulina.

¿Quieres saber más?


Si deseas profundizar aún más o no te fías de lo que te acabamos de contar aquí tienes los enlaces a todas las referencias y estudios que hemos empleado para escribir este artículo:

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